Yo no sé si es algo como pedirle peras al olmo, o como desear una verdadera locura, pero de todos modos trataré de balbucear las características que yo pienso deben adornar al hombre que asuma la presidencia el próximo año.

Debe ser un hombre que ostente una sólida cultura. Basta ya de presidentes que ni siquiera hayan leído a Maquiavelo ya no digamos a los clásicos antiguos y modernos sobre política, democracia, historia, economía, vaya, ni siquiera el libro México Bárbaro de John Kenneth Turner, publicado en 1909.

 

A demás de culto, debe ser honesto y justo a toda prueba; sensible y cercano a la gente; humilde y comprensivo; capaz de enderezar al país colapsado por la impunidad descontrolada, por la galopante corrupción, por el desorden: culpables de socavones políticos, empresariales, sociales ya no digamos de las obras públicas, empezando desde las licitaciones amañadas concedidas a cambio de sobornos ilimitados. (Por todos lados nos tropezamos con la evidencia de la carencia de probidad gubernamental y de la mínima responsabilidad en todas sus acciones, proyectos, programas, decisiones y lo más grave aún en sus imperdonables omisiones, las cuales generan miles de víctimas y arropa a criminales.)


Otra de las más importantes características del próximo gobernante, es que tenga la voluntad política de no aceptar dentro  del grupo de sus colaboradores a improvisados, inexpertos, vividores del erario solo por el simple hecho de ser recomendados, amigos, compadres o parientes cercanos o lejanos. Consejeros, bonito nombre para sustituir el de aviadores, pero que de todos modos representan resumideros de millones de millones de pesos.
Agustín de la Sota.