Señor Director:

Remito este artículo de opinión para su publicación si lo considera oportuno. Lo puede resumir. Se permite la reproducción total o parcial de este artículo citado al autor y a este foro.

Una finalidad esencial de los padres y profesores es la educación de los hijos alumnos. Además de reflexionar sobre qué es la educación, también hay que averiguar el para qué de esa tarea.

Porque el proceso de la educación es complejo y delicado y requiere un gran derroche de recursos humanos y materiales, para buscar un "más y un "mejor" en el ser humano, para llegar a ser más libre y más responsable. Pero ¿para qué ser más libre? La respuesta nos la da A. Bengsch diciendo que "el amor es el acto supremo de la libertad". Así que frente a la libertad de tener, tan fomentada por el consumismo, está la libertad de querer, la libertad para amar.

Sin amor no es posible entender esa realidad compleja de la educación, con el mejor servicio del que educa y la mejor preparación para el servicio durante la vida de quien se educa. La calidad del servicio depende del desarrollo del amor y de la libertad de una persona.

Por otra parte, el amor a los educandos y el amor a Dios suelen ir juntos y se puede servir y amar a los demás por amor a Dios, como afirmaba la madre Teresa de Calcuta. No podemos reducir el amor a un sentimiento vago y mucho menos caer en la frecuente manipulación de esa palabra, con la que se designa la relación sexual y la búsqueda del placer.

Es lógico que se promueva la educación para alcanzar la plenitud del amor, que se inicia en la familia, se prolonga en la escuela y permanece a lo largo de la vida. La educación es un proceso de mejora personal en la libertad, el amor y la fe, que dura toda la vida, para alcanzar la plenitud del amor

verdadero.

Arturo Ramo García