En lo oscurito el narcotráfico se instaló en el país hace varias décadas, y pasado algún tiempo, el peligro y la complejidad que ello implica se hacen evidentes a plena luz del día. Los narcotraficantes se acomodaron en la política y en nuestra sociedad y algunos ciudadanos durmieron con el enemigo, y nadie dijo nada. A unos cuantos convenía ésta relación. Al resto del país nos ha afectado. Mucho.

El rumor, la intriga y la crítica destructiva han creado un ambiente de descomposición social que ha culminado en amargos desenlaces. Son muchas las fuerzas que atentan contra el bienestar de los ciudadanos y obstruyen el camino a la democracia. No hay suficiente espacio en los medios para informar realmente lo que se ha logrado en el país a pesar del conflicto, y demasiado para comunicar a detalle la crueldad de los hechos sangrientos que ocurren en esta lucha contra el crimen organizado, que parece no tener fin.

Mientras dormíamos, el narcotráfico adquirió armas de alto poder y tecnología de punta en el extranjero. Y nadie dijo nada. Por muchos años no hubo información suficiente en los medios para aquilatar la magnitud  de la calamidad.

Hoy sabemos que estamos en una crisis profunda, y lo reconocemos: hemos antepuesto el poder político de los partidos al logro de reformas integrales en todos los ámbitos que el país requiere para contar con ciudadanos mejor preparados, e instituciones más eficaces en la lucha contra narcotraficantes y el crimen organizado. La actualización de las instituciones haría posible capitalizar la grandeza de México, de su gente, de sus recursos, y la creación de empleos. Pero los partidos están en pugna en el Senado, y no han pasado acuerdos porque anteponen los intereses de su partido, al bien de la nación.

Y nadie dice nada.

A pesar del bienestar social que todos anhelamos, se ha generalizado el desaliento y la pérdida de objetividad al optar por la satanización de unos cuantos en el gobierno, y hacerlos chivos expiatorios de todo lo que nos sucede. Olvidamos que contamos con un Congreso de la Unión, formado por dos cámaras, senadores y diputados de diferentes partidos, para tomar acuerdos y dictar leyes, y olvidamos también que nuestra República debe tener un Presidente, no un dictador.

La descalificación entre los partidos políticos que hemos presenciado en los últimos días no sólo atenta contra el buen nombre de las personas al hacer juicios temerarios, sino que lesiona profundamente el prestigio de la nación, y una vez que se pierde, es difícil recuperarlo. Pierde México, y perdemos todos. Es difícil purificar la comunicación y despojarla de contaminantes. Más difícil es desinfectar de pasiones humanas y de intereses personales los mensajes. El poder político es complejo y acumula intereses propios de su naturaleza y, sin embargo, en todo momento y circunstancia, debe anteponer la fidelidad a la patria: México es primero.

Es deber de todo ciudadano que se precie de serlo el admitir que es imprescindible fortalecer a nuestro gobierno del partido que sea, para hacer propicio el orden y generar una mayor calidad de gestión. Es urgente que regrese la decencia al debate, y con ella la  generosidad y la honorabilidad al debatir. Sólo mediante reformas integrales estaremos en condiciones de lograr el bienestar colectivo que todos exigen, pero que muy pocos procuran.

El Gobierno de la República ha planteado la urgencia de alcanzar los cambios que demanda el país, y para ello es necesario el trabajo en equipo de gobernantes y representantes ciudadanos. Las palabras hostiles matan el proyecto de nación. Nuestra comunicación exige alta fidelidad en el mirar, sentir, hablar y actuar porque la solución a ésta problemática de nuestro México es lograr la cohesión social, el bienestar económico de todos, y el acuerdo político, indispensable para el pleno desarrollo de nuestra nación.

Vivimos un tiempo de incertidumbre, como lo viven y lo han vivido otras naciones. John F. Kennedy, en un momento crítico de su gobierno, declaró a las multitudes estadounidenses: “No sólo pregunten qué puede hacer el gobierno por los ciudadanos, sino también ¿qué puede hacer cada uno por su patria?

Blanca Esthela Treviño de Jáuregui

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