UN GOBIERNO DEMOCRÁTICO REQUIERE FUERTES DOSIS DE HUMILDAD

limitada, y las fórmulas son estrechas, incapaces de contener y de remediar la agonía de un pueblo en crisis.

Si el gobernante se instala en un pedestal difícilmente encontrará quién se atreva a acercarse a él con la verdad o con información que él no desee oír, porque sería tanto como reconocer un error, o un fracaso en su gobierno.  Y errores o  fracasos jamás son reconocidos por una persona soberbia.

Los que estamos muy lejos del poder gustamos de crear ídolos de nuestros gobernantes. Somos responsables de convertir en tiranos a nuestros líderes: las alabanzas de las multitudes suelen hacer un pastor soberbio de un rebaño sin rostro. Los grandes hombres y mujeres pueden ser en ocasiones  peligrosos. Cuando sus sueños fallan, los entierran bajo las cenizas de las ciudades de aquellas muchedumbres que otrora los vitorearon.

La pluralidad que recién estrenamos confirma que es difícil vivir en la arena política y hacer funcionar un gobierno democrático.  A menudo se es tentado hacia alguna forma de dictadura o manipulación: el consenso implica mucho tiempo, costo, reflexión y respeto. Sin embargo, aunque parezca paradójico, el gobierno democrático requiere entre otras cosas- fuertes dosis de humildad. Ser humildes para reconocer errores y modificar el rumbo. Humildad para aceptar puntos de vista de otros que resuelvan mejor los problemas.  Humildad para trabajar en equipo y dejar para la historia el gobierno de un solo hombre, de un semidiós.

El gobierno democrático requiere de líderes convencidos de que el fin de toda actividad política debe ser asegurar el bien común. El Paraíso de la Democracia suele perderse cuando se es mordido por la serpiente de la soberbia. Y la soberbia puede anidar hasta en las alas de los ángeles.

Blanca Esthela Treviño de Jáuregui

[email protected]

[email protected]