EL PEOR FRACASO:

EN UN PAÍS ES LA PÉRDIDA DEL ENTUSIASMO.

Estamos en tiempos de crisis, no cabe duda, crisis económica y de seguridad, pero hay otra crisis de la que se habla poco y que es más grave que las otras dos: crisis de credibilidad. ¿Será verdad o será mentira la información que recibimos?

El vacío de conocimiento y la vulnerabilidad ciudadana son problemas no resueltos en el desarrollo del país. Un rumor puede acabar con un individuo y también con una nación. El rumor es el pan nuestro de cada día: rumores van, rumores vienen. Es muy grave perjudicar el buen nombre de las personas, pero es funesto cuando el rumor atenta contra el prestigio y la estabilidad de un pueblo, o de una nación.

Existe un vacío de conocimiento de la realidad que vivimos: los medios de comunicación no expresan las causas originales de los problemas que nos oprimen, sólo las consecuencias. Esto exige una comunicación integral encaminada a la prevención de los desastres para que la sociedad pueda participar en la resolución de los mismos. Cuando las situaciones empeoran es más fácil encontrar culpables que inocentes. Una sociedad que se alimenta de prejuicios, temores y mala prensa es una sociedad que se nutre de excusas para quedarse quieta.

En una sociedad democrática los medios de comunicación se enfrentan políticamente a sus propios directores para hacer el trabajo que requiere incorporar el tema del desarrollo del país de una manera diferente, propositiva. Las noticias de progreso, de logros, de buenas acciones, permanecen escondidas en las últimas páginas, y nunca hay tiempo para llegar a ellas. Hasta ahora, todo parece indicar que se quiere mantener el status quo, el miedo; se fija la atención sólo en las emergencias que vivimos, y no en la cultura de la prevención. La sociedad  aumenta la mitificación de la realidad basada en el desaliento.

Hay que recordar que el peor fracaso en un país es la pérdida del entusiasmo.  Nunca se despoja tanto a una nación como cuando se le roba la esperanza y se instala el temor. El miedo impide toda acción positiva. Afirman los psicólogos que nos hemos habituado al pesimismo, y las cadenas del hábito son generalmente demasiado débiles para que las sintamos hasta que son demasiado fuertes para que podamos romperlas. 

El pesimismo hace a las personas creer lo peor en todas las circunstancias; así pues, la depresión es inevitable. Para romper las cadenas de la desesperanza se necesita mente sosegada, voluntad decidida, acción vigorosa, cabeza de hielo, corazón de fuego y mano de hierro. 

Nuestro país exige de nosotros alta fidelidad en el mirar, sentir, hablar y actuar y, especialmente, en el comunicar. Debemos exigir lo mismo de nuestros representantes y de nuestras instituciones. La cultura de la prevención no se instala si no cuenta con una ciudadanía participativa, educada.

Reconocemos que es difícil purificar la comunicación humana y despojarla de contaminantes. También es complicado desinfectar de pasiones humanas y de intereses personales los mensajes. El número de tonalidades con que se puede colorear el significado de una noticia es infinito, e infinita también la variedad en su interpretación. 

El  mensaje cuya intención sea mejorar nuestra calidad de vida deberá vestirse con sus mejores galas: veracidad, claridad y precisión.  El medio deberá ser el apropiado para que el mensaje sea recibido con fidelidad. El momento deberá ser exacto: no antes ni después. Sólo venciendo el temor es posible crear una sociedad nueva. La gente que no tiene miedo, piensa, actúa, abre caminos y es libre; supera la angustia y afronta incertidumbres. Avancemos por la vida como si el fracaso no existiera. No hagamos caso de nuestros temores. No envidiemos el canto del pájaro que vive cómodamente a salvo dentro de su jaula dorada, porque la libertad de expresión es más valiosa a pesar de los riesgos que conlleva.

Así como las aves no salen de su jaula, de la misma manera los que ignoran qué es el bien y dónde está el mal no escapan de su miseria. Unos dicen que la imaginación abre a veces unas alas grandes como el cielo en una cárcel pequeña como la mano. Otros aseguran que buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro.

Blanca Esthela Treviño de Jáuregui

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