NUESTRA ESTABILIDAD NACIONAL Y NUESTRAS RELACIONES INTERNACIONALES EXIGEN ALTA FIDELIDAD

Hoy más que en ningún otro momento, nuestras circunstancias exigen una evaluación de toda información que recibimos: las imágenes impuestas y las noticias maquilladas distorsionan la realidad, y hacen necesario un cuestionamiento personal, responsable, y a fondo. Cada palabra que se comunica es transmitida al instante vía satélite a todos los rincones de la tierra.

Llegó la hora de hacer un examen de consciencia a los medios de comunicación. El fin primordial de todo comunicador social debe ser transmitir con toda fidelidad y con estricto apego a la verdad los acontecimientos del momento. La irresponsabilidad al informar se traduce en desinformación, y confunde y angustia al pueblo mexicano. 

La desinformación es asunto delicado. Obliga en consciencia a verificar los datos antes de publicarlos; a medir las consecuencias de cada palabra. Comunicadores de radio, prensa y televisión son susceptibles a caer en las redes de la tentación del siglo: el amarillismo. La nota roja vende más.  

La irreflexión nos puede llevar al desastre. Con el avance tecnológico en comunicaciones, una mentira da la vuelta entera al mundo en unos segundos. Mucho antes que la verdad pueda atar las cintas de los zapatos para disponerse a caminar.

Nuestra estabilidad nacional y nuestras relaciones internacionales exigen alta fidelidad de los comunicadores sociales: purificar los mensajes y despojarlos de contaminantes. Desinfectar los comunicados de pasiones humanas y de intereses personales. Cuando los sucesos se arropan con odios y prejuicios, se colorean con mil tonalidades al distorsionar los hechos con interpretaciones ilegítimas. 

El amor a la patria es una planta que crece con lentitud y tiene que aguantar las sacudidas de la adversidad antes de merecer su nombre. Sólo podremos tener esperanza en el futuro de la patria cuando antes le tengamos amor. El amor a la patria es un acto de fe. Quien tenga poca fe en ella, también tendrá poco amor. Quien tenga poco amor, no tendrá responsabilidad social. Y la irresponsabilidad social engendra rumores.

El desamor nos está matando. Un rumor puede acabar con un individuo. También con una nación. El rumor es un enemigo cobarde que ataca por la espalda. No existe posibilidad alguna de defenderse de él. Para los mexicanos el rumor es el pan nuestro de cada día. Rumores van, rumores vienen. Afectan nuestra economía, nuestro prestigio, nuestro decoro, nuestra confianza. 

Si es grave perjudicar el buen nombre y el prestigio de las personas, es funesto acabar con la confianza de una nación.  Las malas lenguas tienen mayor poder destructivo que las balas de un cañón. ¡Cuidado! Podemos acabarnos la patria a lengüetazos.

La irreflexión nos puede llevar al desastre. Cada quién ve lo que quiere ver, oye lo que quiere oír, y dice lo que se le antoja. Sin medir las consecuencias.  ¿Qué es la verdad de los acontecimientos que estremecen a la nación?  El descubrirla nos obliga en conciencia a pensar antes de hablar.  A medir las consecuencias de cada palabra. 

La desinformación es asunto delicado. Sólo podremos practicar la democracia en la medida en que seamos responsables. Justo después que hayamos aprendido a pensar antes de hablar.

Como ciudadanos de México que buscamos ocupar el lugar que nos corresponde dentro del nuevo orden mundial, tenemos un compromiso personal. Cada mexicano deberá entrar a su interior para descubrir el espacio donde todo es justo. El espacio de alta fidelidad desde el cual la mirada se vuelve diáfana, donde la realidad se contempla sin distorsión, donde las palabras no se equivocan al decir, donde los hechos no llevan dolo. El espacio donde encontramos la respuesta a la pregunta: ¿Qué puedo hacer yo por mi patria?

Blanca Esthela Treviño de Jáuregui 

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