“GRACIAS 911”

Estimado Sr José Armando Gordillo Mandujano, deseo someter a su consideración el siguiente escrito para su publicación en ECOS. Tanto para agradecer públicamente a quienes solucionaron la emergencia médica que sufrió mi madre, como para compartir mis experiencias con algunos procedimientos de emergencia que podrían resultar útiles a los lectores de ECOS.

Decidir llamar a un servicio de emergencias, como el 911, es un dilema difícil que nos atrapa en preguntas como ¿Es realmente una emergencia? ¿Estoy exagerando? ¿A quién llamo? ¿Responderán? Y la exigente esperanza de que la ayuda llegue y resuelva todo en casi forma instantánea.

Yo debí tomar esa decisión el pasado 30 de enero a las 4 de la mañana. Mi madre había ido al baño, se cayó y golpeó en la cabeza. Se hizo una pequeña herida sangrante y quedó en el suelo entre la puerta y un mueble. Afortunadamente estaba consciente y logró pedir mi ayuda. 

Pude entreabrir la puerta, me asustó la sangre, me tranquilizo que pudiera responderme. Para ayudarla, necesitaba abrir la puerta, le pedí que se moviera un poco. Me decía que sí, pero no lo hacía y yo no podía ayudarla. La secuencia de ¿Cómo entro? ¿Puedes moverte un poquito? ¿No? Entonces ¿Cómo entro? Se repitió con variantes por casi media hora, hasta que me convencí de que necesitaría ayuda. En una emergencia y a esas horas, uno no encuentra los teléfonos útiles ni en la agenda, ese fue mi caso, finalmente pensé y me atreví a marcar el 911.

Una operadora, con voz calmada, me preguntó que pasaba y el lugar desde donde llamaba, pidió permiso para transferirme con un socorrista para ampliar las preguntas. Él autorizó directamente enviar una ambulancia (pues una persona caída, consciente y sin dolor, pero sin poder moverse podría tener una lesión medular grave). Prometieron la ambulancia en 20 minutos. Casi para terminar la llamada pregunté si podría llamarlos otra vez en caso de que mi madre lograra moverse o yo pudiese entrar, la operadora me dijo que sí.

Llegó primero la policía, en 10 minutos, una patrullera que conocemos bien en mi calle, ella verificó la situación y confirmó por radio la necesidad de ayuda.

Unos diez minutos más tarde llegó la ambulancia de la Cruz Roja. Se identificaron, preguntaron por la situación y solicitaron permiso para pasar. Fuimos a la puerta del baño, la socorrista, afortunadamente más delgada que yo, logró pasar por la puerta entreabierta, revisó a mi madre y la ayudo a levantarse. 

La vida parecía regresar a la normalidad. Sugirieron una revisión más profunda, y nos llevaron al Sanatorio Español del que mi madre ha sido socia por años. El recorrido en ambulancia fue rápido y muy suave. Durante la revisión detectaron un altísimo nivel de azúcar en sangre, mayor de 400 mg/dl.

Llegamos a Urgencias donde volvieron a descartar fracturas o daños por la caída y confirmaron el alto nivel de azúcar. Se hizo la trasferencia de la responsabilidad de los socorristas a los médicos. Nos recomendaron 24 horas de observación que 

se convirtieron en 15 días de hospitalización y una recuperación lenta pero progresiva que afortunadamente continúa en casa hasta el momento.

A parte de las aventuras médicas hubo dos cosas que me desconcertaron. La asistencia en dos etapas y la nota solicitada en el reporte de la atención.

En una emergencia los segundos pueden ser vitales y quien la necesita quisiera tenerla al momento. La atención en dos etapas enviando a la policía para confirmar la necesidad de la ambulancia parece un retraso peligroso. Al principio me molesté, yo no bromeaba al pedir la ayuda, luego reflexioné y debí conceder que el sistema de dos etapas tiene ventajas importantes. La valoración por alguien con cierta experiencia permite no solo confirmar o descartar sino también precisar, afinar, corregir o ampliar el tipo de ayuda y equipo necesarios. Al final, además de ser un proceso para filtrar las bromas pesadas, resulta en una mejor atención y aprovechamiento de los limitados recursos para emergencias. … ¡Aunque me hubiera gustado que alguien me lo hubiera explicado o al menos avisado!

El otro aspecto que me desconcertó fue una anotación al reporte del traslado que los socorristas me solicitaron agregar. De ellos sólo puedo decir cosas buenas. Resolvieron la situación con tranquilidad, velocidad y eficacia sorprendentes. Cada acto en una secuencia precisa, explicaron y solicitaron los permisos necesarios. Atendieron el problema “uno” (la caída) y detectaron el inesperado problema “dos” (el azúcar muy elevado) encarrilando el tratamiento en una forma amplia y eficaz. 

Sin embargo, al retirarse debí firmarles un reporte y me solicitaron que agregara un pequeño texto. No era un agradecimiento, ni tampoco algún pagaré misterioso. La leyenda solicitada era “que no habían tenido contacto con objetos valiosos o en su caso los habían entregado.” Me chocó que además de toda la ayuda que nos dieron, el mensaje debiera concluir en un: “¡Y no nos robaron nada!” 

Eso de que, a la hora de la verdad, hasta en las emergencias, haya que considerar las falsas alarmas deliberadas o inventariar los objetos “perdidos” es algo que no me gusta. Desafortunadamente, a costa de experiencias dolorosas nos hemos acostumbrado a aceptarlo en este lastimado país.

Pero ante los eventos vividos, mi mente y corazón se han revelado y me exigen observar el cuadro completo. Hay bromistas malintencionados y cleptómanos oportunistas, pero también hay un México positivo con gente dispuesta a ayudar con eficacia y oportunidad, que aparece en un momento y luego se desvanece en la niebla de la vida cotidiana. Gracias al 911, a los socorristas de la Cruz Roja, a los médicos y personal del sanatorio, … y a ti lector que me has acompañado en la narración de esta experiencia.

Juan Antonio Giménez Scherer

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