INVALUABLE 

LA VOCACIÓN DE SER MAMÁ

Todo niño tiene el derecho de recibir el amor de una madre y de un padre, pues ambos son necesarios para su maduración íntegra y sana. Así lo menciona la reciente Exhortación Apostólica Amoris Lætitia: <Ambos varón y mujer, padre y madre, son “cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes”, Muestran  a sus hijos el rostro materno y el rostro paterno del Señor>>(AL 172).

La mamá tiene funciones específicas esenciales en los hijos iniciadas desde el momento de la concepción, entre las que destacan el cuidado de éstos -especialmente en el ámbito espiritual- y su protección -brindando un adecuado ambiente en el que puedan desarrollarse sanamente-. Esto no excluye la responsabilidad del padre, pero lo que se desea destacar aquí es a la mujer como madre. La mamá es realmente maestra, pues lleva consigo un <<plus>>, ya que es un ser abocado a la interioridad y el diálogo. Y para ejercer su maternidad necesita desarrollar aquellas cualidades que ya posee, en su feminidad: un corazón oblativo, comprensivo, generoso, humano..., para establecer así vínculos fuertes con sus hijos desde pequeños y brindarles seguridad y confianza.

Las consecuencias derivadas de que muchas mujeres han puesto su maternidad en un segundo plano son graves, ya que esto lleva a los hijos a adoptar un comportamiento negativo o a un bajo rendimiento en los diferentes aspectos de su vida; e, incluso, por la carencia de amor y atención, muchos jóvenes y adolescentes llegan a convertirse en delincuentes sociales. Una sociedad en donde la mujer se niega a vivir su feminidad y a realizarse en la maternidad, será una sociedad inhumana, destinada al desastre y a la superficialidad. Lamentablemente, ya comienzan a verse los resultados en la actualidad.

La misión de toda madre es más importante de lo que podemos imaginar. Está comprobado que ella tiene la capacidad de formar y moldear el carácter del hijo, porque ella, al estar en contacto diario y continuo con él, va influyendo en toda su persona. La madre ha de saber que es en las primeras etapas del desarrollo del niño donde deben irse moldeando las virtudes indispensables para su convivencia: amor, disposición al servicio, honestidad, respeto, justicia, entre otras. Sin esta dirección se convertirá fácilmente en una persona dañina para su familia y para la sociedad.

Por tanto, no debe haber ningún pretexto para abandonar al hijo en las primeras etapas. A las madres que trabajan se les recomienda que aunque sea poco el tiempo que pasen con sus hijos, éste sea de gran calidad. Que el cansancio no impida la convivencia con ellos, pues como dijo el papa san Juan Pablo II: <<el debilitamiento de la presencia materna con sus cualidades femeninas es un riesgo grave para nuestra tierra. Valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la sociedad>> (Carta ap, Mulieris dignitatem, nn. 30-31)

Sin duda, otros dos valores indispensables en la educación de los hijos son: el orden y la obediencia. Quien desde pequeño no aprende a obedecer, será muy difícil que lo haga después.

A pesar de la gran importancia que juega el papel de la madre en la familia y en la sociedad es muy notorio como se ataca la maternidad, considerándola como algo <<anticuado>> o como algo que atenta contra el desarrollo personal de la mujer. En realidad, es todo lo contrario: la mujer que verdaderamente asume su papel de madre desarrolla notoriamente sus capacidades y, por ende, se realiza ella misma, testificando que sí es posible ofrecer un amor incondicional y oblativo. <<La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer -sobre todo en razón de su feminidad- y ello decide principalmente su vocación>> (Carta ap. Mulieris dignitatem, n. 30).

Se constata que cada día son más los niños que son llevados desde los primeros meses o años de su vida a las guarderías, privándolos del cuidado directo de sus madres. Es verdad que, en ocasiones, las circunstancias impiden a la mujer atender a sus hijos, pero también es cierto que, muchas de las veces, con esfuerzo y sacrificio, se puede lograr que el tiempo de convivencia de las madres con sus hijos sea mayor el tiempo y calidad, brindándoles así amor y ternura, y ayudándoles a desarrollar una autoestima favorable.

Finalmente, la maternidad también lleva a formar hijos de Dios, orientando y ayudando para la vida eterna. Las madres son las primeras catequistas. 

<< Las  madres a menudo transmiten también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, se inscriben el valor de la fe en la vida de un ser humano. Es un mensaje que las madres creyentes saben transmitir sin muchas explicaciones: éstas vendrán después, pero la semilla de la fe está en esos primeros, preciosísimos momentos. Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo. >> (Papa Francisco).

INQUIETUD NUEVA N° 189