INQUIETUDES DEL HOMBRE

Las más profunda inquietudes del hombre son insaciables y trascendentes. El hombre con sus esfuerzos mentales ha llegado a conocer los más recónditos secretos del mundo que nos rodea. Esto satisface al hombre, Pero más le inquieta, porque a medida que crece su horizonte científico, más campos de investigación se presentan a su estudio.

En el campo del amor el hombre ha escrito preciosas páginas con sus heroicidades, pero pronto se convence de la amargura que produce la ingratitud, y de que el amor que corresponde se apaga y se llena de cenizas.

La gloria y el honor no llenan los anhelos del corazón del hombre porque son esquivos y efímeros, flores de un día, estrellas fugaces que brillan por un momento y se apagan para siempre en la oscuridad de la noche.

El oro y el placer son traicioneros porque frecuentemente acontece que la abundancia de ayer se trueca en pobreza rallada en la miseria, y el placer se vuelve herida, lágrima, amargura y sufrimiento.

El hombre sigue experimentando la sensación del vacío, porque no se contenta con verdades parciales, anhela poseer la VERDAD, la Fuente misma de la verdad; no se satisface con amores pequeños, y suspira por disfrutar el Amor de los amores.

El hombre necesita un punto de apoyo estable, un principio inmutable, una meta siempre apetecible. El hombre está lanzando con fuerza irresistible a la Causa de las causas, al Amor de los amores, a la Fuente de la verdad, de la vida, del bien y de la belleza, para tener por quién vivir con dignidad y por quién luchar con valentía y constancia.

Nuestros antepasados fueron profundamente religiosos y ahí encontramos la razón de ser de su cultura y de las huellas de su civilización que conocemos, y que nos dejan pasmados. Es que el hombre esencialmente necesita de Dios como el hijo, del padre; como las aves, del aire; como el pez, del agua. Es que “una casa sin religión es más triste que una mesa sin pan”. “Un hombre puede ignorar tener una religión, como puede ignorar tener un corazón, pero sin religión como sin corazón, el hombre no puede existir”.

Elemento esencial de nuestra mexicanidad es la religiosidad, y nuestra religiosidad es cristiana, es católica por la evangelización de los Misioneros, por la fe de nuestros padres, por las convicciones personales de nuestros estudios y sobre todo porque el Señor nos ha llamado a formar parte de su pueblo.

Se impone rendir el tributo de nuestra inteligencia a la Religión, el tributo de nuestro amor y de nuestra vida práctica a las enseñanzas de nuestra fe católica. Ahí está nuestra lacra: no conocemos a profundidad nuestra fe, no la apreciamos y tampoco la practicamos con amor y convicciones. Por eso sentimos el vértigo del indiferentismos religioso cuando nos damos cuenta que no tenemos un punto de apoyo, un principio, un punto de llegada.

Interesémonos de nuestra Sacrosanta Religión Católica como nos interesamos del pan, de la vida y de la sangre de nuestras venas.

JESÚS SOLIS HERNANDEZ, S.D.B.