SAN VALENTÍN Y  LA AMISTAD

Alguien ha escrito que la amistad se prueba cuando uno se encuentre enfermo, o está en la cárcel, o pasa por una situación muy difícil. Es así realmente. Aunque los buenos amigos comparten también los momentos felices, dan mayor prueba de amistad cuando el propio colega está viviendo circunstancias pesadas o dolorosas y ellos se hacen presentes. Convencido de esto, el gran poeta de la India, Rabindranath Tagore (1861-1941) escribió: “La verdadera amistad es fosforescente. Resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido”.

Para que haya efecto, basta que una persona ame a la otra; para que haya amistad, es indispensable que el afecto sea mutuo. La amistad no es únicamente un sentimiento de benevolencia y de afecto hacia otra persona; se da cuando también esa otra persona experimenta lo mismo. La amistad, por tanto, no es unidireccional, circula en las dos direcciones.

La amistad es un sentimiento puro, generoso y constructivo; un sentimiento recíproco que tiende al bien de la otra persona y experimenta en eso mismo un gran beneficio para la propia persona.

La amistad brota en corazones nobles. Los desalmados no son capaces de amistad auténtica sino, a lo sumo, de cierto compañerismo que, en lo negativo, se llama complicidad.

No es amistad un juego de intereses, casi una compra venta, cuando una de las partes prodiga obsequios y favores y la otra corresponde sólo por conveniencia.

Tampoco es amistad un apego mutuo que conduce a un vicio compartido.

“El amigo fiel es un refugio seguro; el que lo encuentra halla un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de calcular su valor. Un amigo fiel es bálsamo en la vida, lo encuentran quienes temen al Señor. El que teme al Señor encamina bien su amistad, pues así como él, así también será su amigo” (Sir 6,14-16).

Como se puede notar, la Biblia hace referencia a lo que es un “amigo fiel”, y lo califica como “un tesoro”, “un refugio seguro”, “un bálsamo en la vida”. Tales excelencias dependen de la fidelidad de la persona. De un “amigo infiel” no puede afirmarse lo mismo. Por desgracia, hay también quienes se atreven a traicionar a los propios amigos. En muchos de esos casos, por supuesto, cabría preguntarse, si de veras existía una amistad, pues no es raro que se tome como tal un simple entendimiento pasajero, o hasta una relación interpersonal basada en intereses materiales. Por eso el libro del Sirácide, antes del elogio citado, da una serie de recomendaciones fundamentales en un sabio realismo: “Las palabras dulces multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones. Que sean muchos los que te saludan, pero el que te aconseja, sea uno entre mil. Si ganas un amigo, gánalo en la prueba y no le des confianza demasiado pronto. Porque hay amigos ocasionales, que dejan de serlo en cuanto caes en apuros. Hay amigos que se vuelven enemigos y para avergonzarte, revelan el motivo de la disputa. Hay amigos que comparten tu mesa, y dejan de serlo el día de la ficción. Mientras te vaya bien, serán como tú mismo y hablarán abiertamente con tus servidores, pero si te va mal se podrán contra ti y se esconderán de tu vista. Sepárate de tus enemigos y sé precavido con tus amigos” (Sir 6,5-13).

La Biblia nos presenta abundantes pensamientos sobre la verdadera amistad, pero basta con rescatar que el buen amigo es capaz de armonizar virtudes que parecen opuestas: sabe ser afable sin perder la espontaneidad; es respetuoso sin renunciar a la firmeza de la verdad, es comprensivo y paciente, sin volverse consentidor; asegura la propia presencia, cuando hace falta, y la propia distancia cuando es oportuna; sabe mostrarse disponible y servicial, sin por ello tomar las decisiones que competen a su amigo; es generoso sin ostentación y leal con su conducta, no sólo de palabra...

Juan Manuel Galaviz