AÚN SIGUE LA EJECUCIÓN DE PERIODISTAS.

Es notable y asombrosa la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social. 

Luego de leer a don Fernando refrendamos por qué la memoria y la palabra, no pueden ser asesinadas.

Pésele a quien le pese. 

Sobre todo, a la autoridad a la que le recordamos aquel 30 de mayo de 1984 un miércoles que murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.  

Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México.

Bajó al estacionamiento público en donde guardaba su auto. 

Ahí, en la puerta, fue emboscado. 

Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.

Nos lo recuerda Quadratin y coincidimos con Miguel Angel Sánchez Armas, in memoriam.

Es la insistente esperanza de que algún día sabremos la verdad.

Quién tomó la decisión.

Quién organizó el operativo.

Quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo,

Quiénes protegieron o eliminaron- a los pistoleros.

¿Los que purgaron condenas por el homicidio son realmente los responsables? 

El supuesto autor material niega su participación y el sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue parte de un complot que por supuesto nadie está en condiciones de probar.

Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo.

Y los de los periodistas menos. Jamás. 

Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando aún no exhalaba el último aliento.   

Carlos Ravelo Galindo

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