REFLEXION FRENTE AL ESPEJO

La infancia como la juventud es condicionantes de la vida adulta. Las dos primeras duran muy poco. La tercera es dura pues "dura" lo que nos reste de vida. Por ello lo valioso de nutrirse de esos recuerdos que aunque son sólo pequeños soplos le dan oxígeno al presente.  En la infancia se cree en la fantasía de la magia y en la juventud se cree en la buenaventura de los cambios. Después de ello uno aprende que únicamente somos capaces de administrar nuestros recursos empezando con el recurso llamado tiempo. En la infancia la vulnerabilidad nos hace depender del afecto y los bienes que de los mayores recibimos. En la juventud nos sentimos con el ímpetu de un motor mental y una estructura física que nos hace acariciar la idea de que todo lo podemos cambiar y lograr. En un instante y sin sentirlo estamos frente al espejo sin el ropaje de la mocedad. Nuestro cuerpo robustece y nuestra mente se endurece. Vemos como somos menos que nadie en una estructura que nos hace suyos para en la inercia actuar. Cada pliegue del rostro es reflejo de las risas y reflexiones que nos ha hecho cimbrar. Aceptamos que el sol ilumina la tierra mucho antes de que nosotros naciéramos y seguirá haciéndolo una vez que ya no estemos en ésta. Nuestros mayores se irán bañando de vivencias nuestros recuerdos que lamentablemente se esfumarán al momento de nuestra final partida.

La madurez nos demanda actuar en la rectitud, en la congruencia, en el trato equilibrado, en la responsabilidad y en el afecto que mínimamente contribuya a que el mundo siga siendo "mundo" y así pasar la estafeta sabedores que fuimos recipiendarios de un presente que es el futuro de quiénes estarán cuando nosotros dejemos de estar.

Son los eventos decembrinos la convocatoria al perdón y la solidaridad. El sabernos lo que somos no por mirarnos a nosotros mismos sino por reconocernos en las diferencias que nos rodean. Es la oportunidad de la emancipación propia que en sumatoria es la hermandad de todos con "todos".

Nos sabemos vulnerables y más vulnerables aun cuando un extraño microscópico irrumpe en nuestro enorme ego y grandilocuente soberbia. Nos recuerda como lo hacen las religiones todas: que hay un poder en la naturaleza que es mayor a cualquiera de los poderes humanos.

Más que nunca se abre ante nosotros el imperativo de reconciliarnos con nosotros mismos que en acto reflejo es reconciliarse con el mundo.

Con mi gratitud, respeto y afecto.

Carlos A. Morales Paulin.