Estimado Sr. Gordillo: con un saludo muy afectuoso le envío está colaboración esperando encuentre espacio en ECOS antes del día 6 de junio, muchas gracias.

A escasos días de nuestra cita con las urnas, a los ciudadanos comunes y corrientes no nos queda otra más que sentarnos a ver, en los pocos ratos libres que nos deja la lucha por la vida, (literalmente, ya que tenemos que dividir nuestras 24 horas cotidianas en ver como estiramos el dinero en cada compra que hacemos, esquivar una bala perdida en cualquier balacera que nos toque estar y seguirnos protegiendo de virus reales o imaginarios), la misma película que nos han pasado cada 3 o 6 años desde tiempos inmemoriales, (bueno, en La Colonia no, entonces era “callar y obedecer”), precisamente aquellos que se van a beneficiar con nuestro voto y que aún piensan ingenuamente que un ciudadano del siglo XXI medianamente informado, les cree todavía sus huecos discursos y falsas promesas envueltas en toda clase de ridiculeces y patochadas.

Lo triste del caso es que desgraciadamente ese ciudadano del que hablo es minoría dentro de la masa amorfa del pueblo “bueno y sabio" que sigue aceptando dádivas a cambio de su voto.

Y ya no hablemos por favor de siglas y colores; mucho menos de ideologías que hace mucho desaparecieron; hoy en día la lucha por el poder es más descarnada y brutal que nunca exhibiendo a quienes participan en la contienda electoral como lo que son: "vulgares, ambiciosos” (como dijo ”ya saben quién”).

Me explico.

Quizá en algún momento de nuestra historia pudo haber existido una que otra “RARA AVIS”  de la política. Quizá Francisco I. Madero pudo haber sido la excepción en su época o quizá Manuel J. Clouthier y José Ángel Conchello en la nuestra, (casualmente los 3 asesinados por sus respectivos regímenes); pero lo cierto es que se cuentan con los dedos de una mano y sobran, los políticos honestos, porque los que lo fueron, ya están bajo tierra y los que aún viven se encuentran en el limbo del ostracismo.

¿De verdad todavía piensan los candidatos a los diferentes puestos de elección popular que les creemos sus inflamados discursos de “amor por México” cuando no pasan días sin que los medios nos informen de sus fechorías gracias a la guerra de lodo que libran entre ellos mismos?

¿Qué no saben que todos conocemos la vida de privilegios que disfrutan desde el momento mismo en que son electos?

No nos engañemos con la falsa austeridad que pregonan.

Pese al repetitivo discurso oficial, continúan los elevados sueldos, las oficinas de lujo, los autos último modelo, los viajes VIP en renombrados hoteles, las Convenciones, Plenarias y reuniones en paradisíacas playas; el turismo parlamentario, los vales de gasolina, el seguro de gastos médicos mayores, y un sinfín de beneficios a los que no tenemos acceso los simples mortales.

Si a eso le añadimos el halo mágico de la investidura invisible que les permite tomar cualquier clase de decisiones sobre los infelices gobernados, empezaremos a entender por qué el oficio de los políticos se ha vuelto tan apetitoso que bien vale la pena vender el alma al diablo por una candidatura.

Y no hablemos de la cereza del pastel: “el libre acceso a los dineros públicos”.

Atentamente

Guadalupe Quesada.