Carlos Ravelo Galindo, afirma: 

(Entre paréntesis Día de la Armada 23 de Noviembre. Al final datos oficiales)

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no está en su elemento al viajar fuera de México, pero como sea, en su reciente visita al país vecino salió muy bien librado.

Describió de muy buena su visita a Washington el jueves pasado. 

Del resultado de la novena reunión trilateral México-Canadá-Estados Unidos no se desprendieron diferencias, fue una cumbre progresista por sus coincidencias, diría que ningún problema, ninguna diferencia de fondo.

Leer los comentarios de un articulista como Lorenzo Meyer Cossio, en El Universal”, sin alardes pero con conocimiento, en donde no utiliza encono o gloria, en el tema, nos permite compartirlo.

Nos interioriza, con datos fidedignos, comprobables, el trabajo del hombre al frente de México 

En lo interno, el empeño de AMLO ha sido transformar la naturaleza de las relaciones de poder establecidas en el siglo pasado, pero en lo externo no busca cambiar sino al contrario, ahondar las relaciones económicas ya existentes con la potencia del norte. 

De ahí el empeño de AMLO por disuadir a Donald Trump de acabar con el TLCAN por ser “el peor tratado firmado por Estados Unidos”. 

Al final, AMLO logró que sobreviviera el acuerdo trilateral.

En la agenda México-Estados Unidos siempre ha habido y habrá desacuerdos e incluso choques. 

Sin embargo, y por lo que se refiere al resultado de esta 9ª reunión trilateral, bien puede decirse: “sin novedad en el frente”, cosa que finalmente cuadra con el proyecto del presidente mexicano.

El primer encuentro entre los presidentes de México y Estados Unidos en 1837 Antonio López de Santa Anna con Andrew Jackson fue sui géneris. 

Santa Anna no fue, lo llevaron pues llegó a Washington en calidad de prisionero de los texanos. 

Es posible que otros presidentes mexicanos tampoco hayan disfrutado sus visitas a esa capital. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no está en su elemento viajando fuera de México, pero como sea, en su reciente visita al país vecino salió muy bien librado.

Las reuniones sistemáticas entre mandatarios de México y Estados Unidos debieron arrancar con las visitas de Porfirio Díaz y William H. Taft a El Paso y a Ciudad Juárez en 1909, pero la Revolución Mexicana cortó esa posibilidad. Los encuentros sistemáticos se reanudaron cuando el régimen mexicano se transformó en postrevolucionario. 

En 1943, Manuel Ávila Camacho y Franklin D. Roosevelt se encontraron en Monterrey. Lo destacado entonces fue que Roosevelt viajó a México en plena guerra mundial y cuando nuestro país, por primera y única vez, fue aliado formal de Estados Unidos en un conflicto armado. 

En los siguientes 78 años la cadena de estos encuentros no se ha roto y a partir del TLCAN (1993) y de su sucesor el T-MEC (2020), se intercalaron los encuentros bilaterales con los trilaterales con la presencia de Canadá.

Mientras la postrevolucionaria mexicana transcurrió en el marco del régimen priista y la Guerra Fría, las reuniones no ofrecieron mayores novedades pese a que nunca faltaron áreas de desacuerdo: los “braceros”, el dumping y el proteccionismo, la pesca, las relaciones con Cuba y los conflictos en Centroamérica, las crisis económicas mexicanas, el narcotráfico y el contrabando de armas, los indocumentados y muchos más. 

En todo caso, del lado mexicano la política exterior de fondo ha sido el defender el espacio ganado para su soberanía relativa a cambio de ofrecerle al vecino del norte la seguridad de una notable estabilidad en su frontera sur.

Mientras subsistió en México la economía protegida, el gran proyecto nacional mexicano fue avanzar en una industrialización basada en el mercado interno y resistir las presiones para abrirlo. 

Sin embargo, en los 1980's las fallas de ese modelo económico llevaron al gobierno a dar un giro de 180° y adoptar y adaptarse al neoliberalismo globalizador. 

A partir de entonces el esfuerzo del lado mexicano se centró en definir el interés nacional como la unión del deficiente aparato productivo mexicano cada vez más dependiente del capital foráneo con el norteamericano. 

Para lograrlo se aprovechó la negociación de un tratado de libre comercio iniciada en 1985 entre Estados Unidos y Canadá. México supuso que en donde cabían dos podían caber tres si se arropaban con el manto de un mercado de la América del Norte. 

El TLCAN abrió mercados a exportaciones mexicanas a cambio de reforzar el predominio norteamericano en la región. 

El “nacionalismo revolucionario” pasó entonces a ser historia, luego la Guerra Fría y finalmente el régimen autoritario priísta.

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no está en su elemento viajando fuera de México, pero como sea, en su reciente visita al país vecino salió muy bien librado.

No hay duda.

23 de noviembre “día de la armada de México” . 

Día de fiesta y solemne para la Nación. La Bandera Nacional deberá izarse a toda asta. Nos instruye el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.

Según el Diario Oficial de la Federación que edita la secretaría de Gobernación y nos lo ofrece el abogado Jorge Alberto Ravelo Reyes, a quien agradecemos:

El 23 de noviembre de 1825, México afirmó su independencia y soberanía con la capitulación del fuerte de San Juan de Ulúa, en Veracruz, último reducto de las fuerzas españolas en territorio nacional. 

En 1991, la fecha se instituyó como Día de la Armada de México. 

En octubre de 1821, el general español José María Dávila, gobernador de Veracruz, se negó a rendirse ante las tropas mexicanas, quienes comenzaron el asedio de la ciudad. 

La noche del 26 de octubre de 1821, Dávila abandonó el puerto y se trasladó al fuerte de San Juan de Ulúa, con doscientos soldados, artillería, municiones y pertrechos, además del dinero de la tesorería del ayuntamiento. 

Ahí instaló el último reducto virreinal de la Nueva España.

La confrontación se prolongó cuatro años, debido a las circunstancias políticas en México y en España. 

Nuestro país experimentó una fuerte lucha entre grupos que defendían distintos proyectos políticos, primero con el gobierno imperial de Agustín de Iturbide y después con el surgimiento de la primera República federal. 

A su vez, España osciló entre la monarquía constitucional y la tendencia absolutista del rey Fernando VII. Los militares españoles emplazados en San Juan de Ulúa resistieron el bloqueo de las fuerzas militares y navales de México. 

No obstante, el gobierno de México no desistió en afirmar la plena soberanía del territorio nacional. 

En 1825 se consideró que había elementos para conseguir la rendición de San Juan de Ulúa. 

Con este propósito, una escuadra se preparó en Alvarado, bajo las órdenes del capitán de fragata Pedro Sainz de Baranda, cuya tarea consistió en impedir que los españoles recibieran el auxilio de La Habana, Cuba, enviado por el capitán general Francisco Dionisio Vives. 

No obstante, los españoles consiguieron mantener su línea marítima de refuerzos. 

Por su parte, México recibió los nuevos navíos Libertad, Bravo y Victoria, además de ordenar la reparación del navío Asia, rebautizado como Congreso Mexicano. 

El ataque del general Miguel Barragán obligó a las fuerzas de la guarnición española a rendirse. 

El comandante español José Coppinger solicitó a las fuerzas nacionales que suspendieran el bloqueo y las hostilidades. 

México cesó los ataques, pero no el bloqueo, volviendo imperiosa la necesidad del enemigo por rendirse y entregar la plaza.

Representantes de ambos ejércitos iniciaron reuniones para convenir la capitulación. 

El resultado fue un acta ratificada el 18 de noviembre por Coppinger y Barragán. 

El día 23 zarparon los últimos españoles a Cuba mientras el general Barragán izaba en San Juan de Ulúa la bandera de México.

En rememoración de esa gesta, por decreto presidencial del 22 de noviembre de 1991, se dispuso que cada 23 de noviembre se conmemore el Día de la Armada de México, en reconocimiento a los marinos mexicanos de ayer y hoy. 

En 2021, la Secretaría de Marina-Armada de México, conmemora el Bicentenario de los antecedentes de su creación, con el decreto del 14 de noviembre de 1821, promulgado por la Soberana Junta Provisional Gubernativa y la Regencia, a través del cual se nombró a Agustín de Iturbide, Jefe Supremo de las Armas de Mar y Tierra. 

Día de fiesta para los mexicanos y solemne para la Nación. 

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